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Sí, hay algo más que se puede hacer
para evitarlos

Hace 12 años sufrí un aborto espontáneo a las 14 semanas y media de gestación. A la pérdida del embrión o feto antes de la semana 20 se le añade el término «recurrente o de repetición» cuando se produce tres o más veces seguidas, algo que le sucede a un 4% de las mujeres en edad reproductiva (1 de cada 4 embarazos), una estadística que se incrementa cuando la mujer cumple los 40 años (debido al deterioro genético de los óvulos).

En aquel momento, reconozco que ignoraba estas cifras. Es más, no conocía a nadie cercano, familiar o amiga, a quien le hubiera ocurrido. Recuerdo que todo comenzó a última hora de la tarde, con pequeños retortijones en el vientre y pérdidas de sangre que gradualmente se convirtieron en abundantes coágulos y un intenso dolor que describiría como si me estuvieran abriendo en canal (y así era, el cuello del útero se estaba abriendo para expulsar el feto).

Aquel dolor casi me noquea, pero lo que me dejó kao fue la reacción del personal del hospital al que acudí a la mañana siguiente para realizarme una ecografía, la prueba que iba a confirmar si el embarazo seguía o no su curso. Sí, a pesar de todas aquellas pistas, todavía albergaba esperanzas.

Aún estoy viendo a aquella radióloga aplicándome el gel en mi estómago. Yo llegaba con ganas de hablar, de desahogarme, pero más allá de los cordiales buenos días y túmbese ahí», de su boca no salió ni un comentario que mostrara algo de empatía.

La buena mujer tardó exactamente un segundo en decir: «Nada, no hay nada, lo has perdido. ¿Lo ves? El saco está vacío, lo has expulsado». Recibí aquellas palabras como un puñetazo en la boca del estómago. Mi respuesta fue un silencio sepulcral que finalmente se rompió con una pregunta: «¿Por qué? ¿He hecho algo que lo ha provocado?».

Mientras me apremiaba para que me levantara de aquella camilla (ya saben, 5 minutos por paciente), me contesto: «No te preocupes, los abortos espontáneos son muy comunes. Ahora, a descansar, y cuando el médico te diga, a volver a intentarlo».

Horrible. Solo puedo describirlo así. Mucho se ha hablado de que si el piropo o los calendarios de mujeres desnudas colgados en los camiones o decorando los talleres de reparación cosifican a la mujer. Pues bien, aquella profesional de la salud y sus comentarios me hicieron sentir como un auténtico pedazo de carne programado con el único fin de la procreación.

Tenía una sensación de estar vacía y una enorme tristeza contenida (aún estada demasiado asustada para llorar), pero se suponía que tenía que salir pitando de urgencias y borrar de un plumazo aquel imaginario que me había ido montando durante todas esas semanas: ¿será niño o niña? ¿a quién se parecerá, qué nombre le pondremos?

Parece que también debía obviar de sopetón los cambios físicos que el embarazo había producido en mi cuerpo, cargadito aún de gonadotropina coriónica (la hormona del embarazo), y ponerme rapidito a tener sexo para concebir cuanto antes, no me fuera a descuidar, alcanzar los 40 y la cosa se pusiera aún peor. Increíble, pero cierto.

FALTA DE PROGESTERONA

Ha pasado ya más de una década y, al final, efectivamente, todo pasa. No te queda otra. Hoy miro a mis retoños y apenas me acuerdo de aquello, pero siempre me pregunté cómo pueden sobrellevar una cosa así las mujeres a las que les vuelve a pasar, una y otra vez.

¿Y qué ocurre con aquellas que pasan por todo ello y nunca consiguen el embarazo? Me cuestiono si han cambiado en algo las cosas, tanto desde el punto de vista de la investigación como de la atención psicológica. ¿Acaso los padres no nos merecemos respuestas? ¿Sabemos algo más sobre qué los produce? ¿Se pueden evitar? ¿Existe algún tipo de seguimiento psicológico tras la pérdida?

Los expertos en la materia aseguran que, aunque aún queda mucho por hacer, sí que hay buenas noticias al respecto. Para empezar, hace unos años se esperaba a que la mujer pasara por tres abortos espontáneos para ponerse a valorar una explicación médica, ahora ya a partir del segundo aborto se inicia todo este proceso. En eso hemos avanzado.

También en la precisión sobre las causas que lo provocan. Lo confirma el Dr Jan Tesarik, director de la clínica MAR&Gen de Granada. «Ya se conocía que en las mujeres más jóvenes la causa del aborto habitual es multifactorial, que influyen desde factores genéticos, anomalías anatómicas, desordenes autoinmunes, disfunciones endocrinas, varias formas de trombofilia (propensión a desarrollar coágulos sanguíneos), factores de estilo de vida (tabaco, alcohol) e infecciones maternales. Sin
embargo, las últimas investigaciones apuntan a otra causa, probablemente mucho más frecuente: la insuficiencia de la secreción de progesterona», cuenta el ginecólogo que, junto a su equipo, acaba de publicar las conclusiones de su estudio en la revista ‘Current Opinion in Gynecology and Obstetrics’.

La progesterona es una hormona secretada naturalmente por los ovarios y la placenta en las primeras etapas de la gestación y que se considera vital para lograr un embarazo saludable. «No secretar lo suficiente se considera una anomalía, conocida en el argot médico como ‘insuficiencia de la fase lútea’, que ha sido algo subestimada hasta ahora; ya que, tras la mplantación, en la mayoría de los casos el embrión muere tan pronto que el embarazo ni siquiera puede ser confirmado», explica el doctor Jan Tesarik.

En la línea de este especialista están las conclusiones de un estudio a gran escala, realizado por la Universidad de Birmingham en colaboración con el centro de investigación para el aborto espontáneo Tommys National Centre.

Esta investigación, publicada la semana pasada, insta a la Seguridad Social británica a sufragar un suplemento hormonal de progesterona (que tiene un coste aproximado de 200 libras esterlinas) que, administrado en todas aquellas mujeres que presentan pérdidas de sangre durante las primeras semanas, ha demostrado que podría evitar más de 8.000 abortos espontáneos al año solo en el Reino Unido.

MÁS SEGUIMIENTO

Entonces, ¿se puede hacer algo más para pararlos? «Sí. La mayoría de los abortos ocurren entre la semana 15 y 20, por lo que el médico debería multiplicar los exámenes y análisis de sangre a la embarazada. Se deben hacer con más asiduidad y, especialmente, poner una particular atención en aquellas mujeres cuyos resultados muestran anomalías, explica el Dr Tesarik (…).

APOYO PSICOLÓGICO

¿Y desde el punto de vista de la asistencia emocional? ¿Se está haciendo todo lo que se debería? La realidad es que, aunque cada vez más profesionales tienen en cuenta el aspecto emocional en las pérdidas tempranas, queda muchísimo por hacer, tanto en el ámbito público como en el privado.

Sabina del Río, directora del Centro de Psicología de la maternidad Calma,
recuerda ciertas frases que decimos a menudo a modo de consuelo sin ser conscientes de que no ayudan en nada: «sois jóvenes», «mujer legrada, mujer embarazada», «bueno, estabas de muy poco», «es algo más frecuente de lo que te piensas», «no te preocupes, la naturaleza es sabia». Todo esto es un ejemplo de cómo desde la sociedad (y los mismos profesionales de la salud) no se considera necesario el apoyo psicológico y, por tanto, no se ofrece. Pero sí que se necesita.

La psicóloga explica que, «sobre todo en mujeres que están en tratamiento de reproducción asistida y a las que no se les encuentra ninguna causa aparente a sus abortos, estas pérdidas les genera mucha angustia y entran en un bucle sin fin buscando explicaciones y profesionales de distintas disciplinas que puedan ayudarlas: nutricionistas, hematólogos, inmunólogos, psicólogos, endocrinos…».

¿UNA VIDA SIN HIJOS?

¿Qué pasa si sucede? ¿Finges que todo sigue igual, que no pasó nunca nada? Tragarse el dolor hace que muchas mujeres se sientan solas e incomprendidas, por eso acuden a foros en internet buscando apoyo de otras mujeres que estén pasando por lo mismo.

Sabina del Río cuenta que esto en ocasiones ayuda, pero otras veces es muy
contraproducente. «Si una mujer siente angustia y que la situación le está desbordando, debe buscar ayuda de un especialista. Sobre todo, buscar a alguien que nos ayude a poder verbalizar el dolor por la pérdida, el miedo a no conseguir nunca un embarazo, a soportar la presión social y a manejar determinadas situaciones que generan conflicto o miedo (como, por ejemplo, ver a otras mujeres embarazadas)», recomienda la psicóloga.

Sería ideal que el sistema de salud público se encargara de este seguimiento, pero ya sabemos que la atención psicológica en nuestra seguridad social brilla por su ausencia. Es muy importante valorar el aspecto emocional de la mujer durante todo este proceso, acompañarla desde el inicio y, por supuesto, si se observa que la situación le está pasando factura psicológicamente, aconsejarla parar un tiempo para recuperarse y prepararse psicológica y emocionalmente para todo lo que puede seguir viniendo.

También queda otra opción, aunque tampoco es fácil. Sabía del Río reconoce que «es doloroso, pero a veces necesario empezar a barajar la opción de una vida sin hijos y trabajar el enorme duelo que esto puede suponer para una pareja que lleva mucho tiempo invirtiendo dinero, energía e ilusiones para conseguirlo».

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